Carta de letras fundamentales
con permiso del Rey
 
Por elección, oportunidad y vocación,
soy Iaír Menajém:
    iaír, el que alumbrará;
    menajém, el que conforta.
Soy, por elección e instinto, el que acaricia
-devoto de las vidas- a la vida;
el busca-muertos-amables que levantar;
el que elige la tierra que parece más estéril,
la misión más improbable,
el código que se denuncia sin solución.
De las pasiones, la más solitaria cultivo.
Para llenar, no elijo un pozo,
si me enamoro del abismo.
Me concentro en crear una aguja:
la elucido en un pajar;
con un elefante en el ojo.
Soy el que riega las grietas de la tierra
que mira con recelo
a quien la quiera cultivar;
el que sale a medianoche por luz
y destila silencios del día;
el que arranca desde sí a la ciudad
un alarido de poesía;
el que conjuga las penas tuyas
en el llanto del alma mía.
Soy menajém: por vocación corro y conforto
tras la pasión fecunda
en que plantar la luz.
Porque soy menajém, el que conforta,
el que acaricia y lubrica y ablanda;
el que dice palabras de amor;
el que no sabe cantar y canta,
y sonriendo aprende a sonreir
para invocar tu sonrisa.
Ser menajém es confortarme y confortarte;
es aprontar, abrazar, abarcar,
alisar, repasar, lubricarse
uno mismo y lubricarte,
para ser capaces
de contener e impulsar la luz,
de recibirla
y no dejar que se estanque;
es levitar los pasos del camino
y aprender, al fin, a ser iaír:
el que ilumina.
Ser menajém es confortarte hoy y así
abrir los canales de la luz primera
para arriesgarme entero a recibirla;
porque no se puede recibir
lo que no se ha de transvasar,
lo que no se ha de compartir,
lo que no se ha de repartir,
lo que no se ha de consagrar.
Ser iaír menajém es mirarte en silencio,
decirte hoy con los ojos del alma
que la luz aguarda
a un palmo de tu cara,
que soy canal y eslabón y eres;
que acaricio de tí el vientre y el espejo
cuando te digo y te pienso,
desde que -imaginándote- me vi espejo
y me supe vientre a mi vez.
El sacerdocio de la luz requiere de cuidado,
de prudencia infinita;
porque la misma luz que ilumina
-el mismo calor que conforta,
los colores que te inspiran-
es capaz de abrasar y de quebrar,
de quemar y mutilar,
de aniquilar a la matriz que distraída,
que cerrada y seca se le atreve.
iaír y menajém me he elegido para ser,
acariciante y tardío,
matriz resurrecta, eslabón de retorno,
aprendiz de fénix inmune al Minotauro
que no te puede comer más que una vez.
iaír y menajém, y para tí,
si me recibes
por instructor y discípulo,
por aprendiz, por auxilio y por amo,
por bastón, por oído y antena,
por siervo y rey,
por constructor y construido.
iaír, para ser contigo
columna de fuego y nube,
espejo de luz para guiar la noche,
sombra ígnea de las sombras
alzándose contra la oscuridad
para ser vida.
 
con amor,
 
iaIr